Filosofía taoísta; ser y aceptación El inefable debate chino entre filosofía y religión
por José Ángel García López, 田高注 Tian Gāo Zhù Daoshi 道士 27ª Generación LongMen Pai
Arte y Cultura // Nº 17, Septiembre, 2023
Aún antes que el cielo y la tierra, existía algo indefinido pero completo en sí mismo. Sin sonido, sin forma, de nada depende y permanece inalterado. Se encuentra en todas partes y nada lo amenaza. Se lo pude considerar el origen del universo. No sé su nombre, pero lo llamo Tao. "Tao Te Ching", siglo VI a. C.
No hace falta precipitarse en ningún sentido, todo llega por sí mismo tal como se requiere. "I Ching"
El taoísmo es un conjunto de herramientas Li Li Yong, Daoshi taoísta.
El pensamiento chino es prodigioso, podríamos decir que su civilización ha superado al tiempo, y ha consolidado lo que muchas otras intentaron y no consiguieron con éxito, su propia inmortalidad, bajo un modelo único que busca la integración en una única verdad, que no es otra que la del Tao. China, es un país de contrastes y de sincretismos, filosóficos, culturales y religiosos, pero el taoísmo, ha conseguido aglutinar los corazones de los chinos, en esa amalgama del pensamiento filosófico de Asia, muy a pesar de sus propios gobernantes, muchos de ellos carentes de ética o valor alguno, y que utilizaron y utilizan, el pensamiento chino en aras de beneficios políticos o económicos a lo largo de toda la historia.
El eterno debate de si el taoísmo es una filosofía o una religión, creo que ya ha quedado como un diálogo superado, salvo para algunas instituciones religiosas /o políticas. China, ha sido la cuna de algunos de los más excelsos filósofos de la humanidad. Aunque los occidentales, dirigen la vista hacia su ombligo filosófico griego, la realidad del conocimiento y la filosofía china superan cualquier tipo de prejuicio de argumentación y de aportes a la metafísica.
Podríamos partir como base, de la necesidad de una revisión del modelo de filosofía, tal y como lo conocemos hoy en día, para poder integrar la verdadera filosofía china, hasta ahora incomprendida en Occidente. El modelo griego de debate y argumentación, no difiere en nada de las conversaciones aparecidas en el Zhuangzi, o en las enseñanzas del Wen Tzu.
La concepción de la época de las Cien Escuelas de Pensamiento, no hace solamente alusión a la riquezas de las ideas y el debate en la antigua china, coincidente con el momento histórico de los Reinos Combatientes, sino que también sirve de ejemplarización, de la incluso, beligerante escena de las ideas chinas, durante varios siglos, en busca de aunar todo el estudio, la observación de miles de años y la adecuación de sus ideas, a los tiempos más convulsos que conoció el universo chino, antes de ver colapsar la ineficacia de reinos divididos, especialmente, antes invasiones externas.
El taoísmo surge como un germen de esperanza, entre el caos de las guerras eternas y la violencia, que rodeaba a la población, especialmente rural, ante los abusos de los mandatarios, que poco tenían de divinos, y mucho de ególatras. El taoísmo filosófico, hunde sus raíces en la observación de la naturaleza, y en un modelo de aceptación radical, de la vida, de todo y del propio Tao Eterno. El chamanismo chino actuó como precursor y la sociedad china en su conjunto y por su propia evolución, tenían una amplia experiencia, en las áreas del conocimiento relacionadas con la astronomía, la química, la geología, la herboristería, la medicina o la arquitectura.
Y es en ese modelo de amor al conocimiento y la sabiduría, donde emerge el taoísmo, como el entramado filosófico y espiritual, que enlaza el ser y el no ser (Wu y Yu) de la esencia de oriente. Cuando en occidente, Martin Heiddeger, intentaba poner el foco en las preguntas importantes, desde un punto de vista erróneo, puesto que la separación de conceptos, elimina el criterio de la tan necesaria y natural, interconexión de un todo dentro del modelo de la TGS, Teoría General de Sistemas, los chinos, hacía ya más de dos mil años, ya había hecho evolucionar la verdad, hasta un punto claramente hiperlativo, la descripción taoísta de la formación del cosmos, el propio Tao y la complementariedad del Yin y el Yang, constituían claramente una argumentación contundente y una respuesta diáfana, a las preguntas existenciales y existencialistas.
La filosofía china, no permeaba tanto a la forma de debate griega, sino que más bien, dedicaba arduos esfuerzos a la observación de las leyes de la naturaleza, para amoldar al Jen (Ser humano) a la esencia a la que pertenece, por estar integrado por el mismísimo Tao Eterno.
Para los chinos taoístas, no existe duda alguna sobre la esencia del Tao, y por ende de la presencia de esa misma esencia en el hombre y la mujer, puesto que somos, literalmente un microcosmos, dentro de ese Tao Eterno.
El concepto cosmogónico chino, es por otra parte de una lucidez extraordinaria, para unos hombres que no poseían más tecnología que su propio ingenio, y que, a día de hoy, podríamos decir, que nos han permitido un viaje interestelar, en la comprensión de la naturaleza, a la luz de los últimos avances de la ciencia.
El propio Wu Ji, aquel vacío oscuro, silencioso e inerte y la aparición en el mismo del propio Tao, como una forma esencial de luz, su posterior separación en el Yin y el Yang, y el modelo posterior de los Tres Puros (un concepto ampliamente clonado en la mayoría de las religiones), concuerda con esa explicación moderna de la concepción del Cosmos, en la que sería ese Tao Eterno el que provocase esa Big Bang de vida y energía.
De la preocupación del pensamiento filosófico chino, surgen algunas de las que podríamos considerar como verdades absolutas para los aproximadamente cincuenta millones de taoístas que están repartidos en el mundo (especialmente en China y otros países asiáticos): existe un cosmos del que formamos parte, podemos constatar por otra parte nuestra existencia, en base a la realidad de la meditación y el autodescubrimiento de quienes somos realmente, y debemos aceptar aquello que el cielo nos regala, salvo que podamos cambiarlo, siempre por el interés del bien común, no por el nuestro propio.
El taoísmo plantea de base, una esencia filosófica, son diversos los pasajes de los clásicos en los que se habla abiertamente de ideas tan preclaras, como que el Tao es previo a los dioses, que el buen taoísta no necesita un templo, porque él es su propio templo y que cuando un gobernante no es justo con sus ciudadanos, uno tiene tanto la obligación, como el derecho a derrocar a dicho gobernante. Es por ese motivo y otros adicionales, por lo que, a los taoístas primigenios, se les ha definido como los primeros anarquistas, y no es que ellos quisieran derrocar el orden social, sino que promovían la vida fuera de las ciudades, por dos motivos ampliamente documentados, la alta corrupción que existía en las grandes ciudades chinas y, de otra parte, la explotación que sufrían por parte de sus gobernantes, en forma de impuestos abusivos.
La vida en las aldeas rurales, era mucho más cercana a la armonía y la propia esencia del taoísmo, que no es otra cosa que un panteísmo naturalista, si tuviésemos que hacer una descripción religiosa como tal.
Es panteísta porque reconoce la integración de la divinidad en cada uno de nosotros, en la forma del propio Tao y es naturalista, porque pretende, y lo consigue, vivir en armonía con el cielo, la tierra y el resto de seres que comparten el espacio con nosotros. El taoísmo, es pues, una forma de vida cien por cien sustentable y, de hecho, regeneradora de la naturaleza, en un tiempo en el que el hombre, ha perdido aquellos grandes valores, que incluso en épocas de hambruna y guerras, se pudieron preservar en Oriente y en China, de la mano del sincretismo, permeado por el taoísmo, el budismo chan y el confucianismo
Cuando me refiero a que el taoísmo, es más una filosofía de vida, que incluye diferentes prácticas, tanto internas, como externas, y que la religión es dentro del taoísmo es una liturgia, que aunque muy poderosa no está directamente relacionada con lo que, el viejo maestro definiría como práctica necesaria, me refiero al hecho palpable de que según el propio taoísmo, referido por Laozi, el ser humano Jen, está conformado en su esencia por el propio Tao Eterno y el chi, es una representación parcial de ese mismo Tao, , por lo tanto, somos seres, formados y forjados en su interior, por el Tao Eterno, esa fuente de energía, que en palabras de Laozi, “no conozco su origen, pero si sé que es previo a los dioses”. El choque cultural, entre oriente y occidente, se ve reflejado en las propias palabras. Los caracteres chinos o sinogramas, son símbolos de múltiples significados, ricos en sus interpretaciones y de una complejidad añadida en sus distintas traducciones, mientras que el griego, es más parco en significados.
La propia palabra Tao (Dao), nos refiere a los términos camino, vía, sendero, doctrina o enseñanza, y lo traicionero de las traducciones de su texto más consagrado el Tao Te Ching (Dao De Jing) la causan los propios traductores europeos, que ajenos a una comprensión realista de los conceptos orientales, buscaban a su propio Dios, en cada tablilla de bambú, y en cada nuevo descubrimiento arqueológico. Lo que suponía una tergiversación absoluta de la realidad de los textos chinos.
Las deidades taoístas, estaban muy alejadas de la imagen de los dioses de otras religiones, puesto que muchas de ellas, se generaron a partir de personas reales, que alcanzaron el proceso de divinidad, desde el ejemplo de sus actos. Y el pragmatismo chino imperante, hacía que los ciudadanos cambiasen la deidad a la que rezar, en virtud del resultado de las oraciones, los dioses que no eran generosos, eran sustituidos por otros que les otorgasen el regalo de la solicitud realizada. Podríamos definirlo como un mercadeo de fe, nada más alejado de la esencia del verdadero taoísmo, que no espera nada y para el que todo le resulta un regalo de vida.
Si el Tao Te Ching, es traducido como el “Libro clásico del camino y la virtud”, podemos entender que, para el modelo filosófico chino, lo importante no era una meta, como siempre buscaba el modelo de filosofía griega, sino que lo verdaderamente reseñable y esencial, era el propio camino, y el descubrimiento en el interior, de ese Tao eterno, que nos definía como seres humanos. Curiosamente en alguna de las últimas copias del libro, descubiertas en excavaciones arqueológicas en China, se han llegado a apreciar la dificultad de la organización interna del propio texto, que en algún caso aparece con el orden inverso en sus capítulos, por lo que podría definirse como Te Tao Ching, o el “Libro de la virtud y el camino”, en lo que se refiere a la importancia china, al hacer referencia a que la virtud es primordial, para recorrer el camino hacia la sabiduría.
El hombre occidental busca respuestas, en muchos casos desesperadamente, y se ampara en la religión como una respuesta a sus propias dudas. El pensamiento chino, ya conoce esas respuestas, en su forma taoísta. No hay que deba llenarse, nada que deba buscarse, nada que perseguir, sino únicamente debemos recibir los regalos que el propio Tao nos obsequia en forma de vida presente y del ahora.
El Tao, supone la aceptación radical, del todo, de las partes y de aquello, que otras corrientes filosóficas consideran “el otro”. El taoísmo, redefine la relación del ser humano con su entorno, y nos hace avanzar, desde el concepto del maestro Mozi y el moísmo (otra de las escuelas cuyos conocimientos absorbió) del amor universal, hasta entroncar con la integración de nuestro Tao interior, como esencia del autoconocimiento y de parte existencial para abordar el significado de la sabiduría, en la amplitud más profunda de la filosofía taoísta. Aquel que cumplen las prácticas taoístas, se convierte en sabio, desde una mirada que nos permite apreciar el Tao en nosotros mismos y, por ende, en todo lo que nos rodea.
Es el verdadero descubrimiento de la simplicidad de lo complejo, de la apreciación del detalle, y de la maravillosa cualidad de la observación. De la lentitud, en un mundo moderno, en el que detenerse es morir, el taoísmo, nos muestra una nueva realidad, una verdad tangible y apreciativa de la metáfora de la misma pintura china. En los trazos simples, pero integradores, radica, la esencia del todo, sin la frustración de la obligatoriedad de la búsqueda de la felicidad occidental. Es la propia vida, la que se adueña de la nuestra, para llevarnos por el sendero de la certeza absoluta de que, es en los pequeños detalles, donde radica la armonía del ser. Y que la única realidad importante dentro de nuestra existencia, es la de descubrir el Tao Eterno, en nosotros mismos y en todo lo que nos rodea.
Ese nuevo tipo de relación apreciativa, adornada con la meditación taoísta y la alquimia interna, supone el mayor punto evolutivo de la filosofía taoísta.
Porque en palabras de mi propio shifu, con la claridad del que conoce la respuesta a lo primordial, “el taoísmo es lo que es, y no es lo que no es”.
Es, por tanto, de una importancia crucial, ya no tanto definir lo que el taoísmo es, algo que ni el propio Laozi, pudo concretar, sino más importante aún, definir o acotar, lo que el taoísmo no es, o aquello que nos aleja del descubrimiento del Tao eterno en nuestro interior.
Y en esa ardua tarea, el taoísmo religioso no puede ayudarnos, si nos ceñimos a la literalidad de la liturgia que, por otro lado, al ser una parte de la práctica, nunca es en absoluto la totalidad, y por tanto no es una garantía de virtud ni esencia de la misma, sin acompañarla del resto de las prácticas. Laozi, ya nos enseñó que el taoísmo no precisa de templos, no es una religión de apariencias, sino de verdad, y en esa verdad, cosecha la libertad del propio individuo.
Y el taoísmo, no es una religión al uso. Puesto que las religiones, buscan el concepto etimológico de unir fuertemente al ser humano con la divinidad, puesto que el propio Tao vive en nuestro interior, y por lo tanto somos la propia divinidad, pero en el caso del Jen (Ser humano) en una forma de microcosmos, de una relevancia mucho más importante.
La posición del ser humano en el cosmos, es otro de los recordatorios del taoísmo de su modelo panteísta naturalista. Existe un hombre denominado primordial, una criatura poco evolucionada, en lo espiritual, cuyo lugar en el cosmos estaría bajo el cielo Tien y la tierra Ti, en el último lugar en importancia, de esa cadena de la vida. Un papel, a expensas de la voluntad, de esas dos fuerzas de la propia naturaleza y el cosmos.
Pero también existe un Hombre Universal, cuyo peso específico en la armonía y el equilibrio, es mucho más destacado. Ese ser humano que está por debajo del cielo Tien, pero por encima de la tierra que lo nutre, Ti. Ese lugar de responsabilidad en el propio orden natural, con la certeza de que debe aceptar los regalos del cielo y al mismo tiempo, sentir gratitud e integración con la tierra que lo nutre. Ese mismo criterio de orden natural, es una constante taoísta, que también aplica a la anteriormente comentada virtud. Existe una virtud aparente, no verdadera, la de aquellos que hacen de una donación, un circo mediático y por ese motivo, un alimento para su propio ego, pero también existe una virtud universal, la de aquellos que se entregan a la sinceridad más genuina y lo entregan todo por completo, desde la verdad de la compasión y la generosidad verdadera, que no buscan los focos, sino compartir.
Los Tres Tesoros San Bao: 慈 «la compasión», 儉 «la frugalidad», y 不敢為天下先 «la humildad», son otra de las esencias inamovibles del taoísmo, una de sus fuerzas principales y algunos de sus mayores argumentos, la tangibilidad de la felicidad, pasa para el practicante taoísta, por el camino del cultivo de los tres tesoros. Son la mejor herramienta para la aproximación al Tao Eterno, desde lo simpleza de la práctica, a la complejidad de la renuncia, a un mundo que pretende distraernos del fin mismo de la esencia de nuestra vida, el de la sencillez de la misma. Todo queda contenido en el envase de lo que otros denominan complejidad, mientras que lo taoístas aprecian, desde la simplicidad de la aceptación de una verdad única, la del Tao y su eternidad, o el ciclo sin fin, del cosmos y el microcosmos. En el I Ching, hace más de tres mil años, ya se nos daba a conocer que lo único inmutable es el cambio. Sin embargo, el hombre de nuestro tiempo, sigue obsesionado, con el control de su destino, del planeta y del sueño del poder sobre cualquier idea o cosa.
Es en esa obsesión, donde reside el nacimiento de una frustración perpetua. Una búsqueda sin fin, que nos consume como seres humanos y que, por otra parte, consume nuestra vida tal y como la conocemos. El reloj del tiempo que no cesa, en su vaivén hacia una muerte a la que lejos de aceptar con la realidad de la certeza, la odiamos o la negamos hasta el extremo de negarnos a nosotros mismos.
Dentro de esa pérdida de la vida, el taoísmo también ha buscado respuesta, porque no existe un taoísmo único, y cada linaje es distinto. Los chinos tienen la opción de la magia de la conveniencia. Y dentro del linaje Longmen Pai (Puerta del Dragón) del que formo parte como daoshi, en su vigesimoséptima generación, estudia el taoísmo filosófico sincrético, en el que se incluyen las enseñanzas taoístas más puras, pero también el estudio, tanto del budismo chan, como del confucianismo. Y es, solamente en el pensamiento filosófico chino, donde radica la riqueza del pensamiento del ser.
Si la aceptación radical, es la bandera por antonomasia del taoísmo, el sincretismo, es el mayor ejemplo de esa argumentación, porque al no existir un otro, todos, crean en lo que crean, siguen siendo una parte del todo. Sin exclusiones, sin odios viscerales, sin separaciones o disgregación, una sociedad única, irrepetible y, por consiguiente, importante en su exclusividad sustancial. Es la religión taoísta, la que intenta ordenar los cielos, la vida después de la vida, pero si Laozi, es la representación en la tierra, de uno de los Tres Puros, las Tres Purezas o los Tres Prístinos ( como Daode Tianzun), y en el Tao Te Ching (Dao De Jing), nos deja a cualquier tipo de interpretación el proceso después de nuestra desaparición, no considero adecuado, que más de cuatro siglos después de la concepción filosófica del taoísmo, y discípulos de discípulos, del viejo maestro, se acierte en la apreciación de lo que es la vida, mucho menos aún, de los que supone la muerte como tal, que no es otra cosa, que una parte del camino, eso sí, la parte final, aunque el comienzo de otro viaje apasionante, del que ninguno de nosotros, en nuestro estado actual, puede dar más datos, que los que a Laozi, ya le hicieron dudar.
Porque la esencia de la inmortalidad taoísta, no permanece ubicada en tarros de elixires de cinabrio que, por otro lado, eran brebajes fabricados en muchos casos bajo las amenazas de muerte de los gobernantes, que pensaban que la inmortalidad perpetuaría sus ansias de poder y sus territorios. Es en el recuerdo y el respeto en las prácticas de las virtudes, los tesoros y la aceptación de la propia muerte, donde reside el espíritu taoísta la propia inmortalidad. En la paradoja, de no negar la muerte y abrazarla con la certeza de su llegada, para poder disfrutar de forma verdadera de la vida.
El universo taoísta, cambió hace mucho tiempo, la falacia de la inmortalidad, por idea plenamente aceptada y que exhuma verdad en cada costado, y ese nuevo modelo es el de la longevidad, la prolongación de la vida al máximo mediante las prácticas correctas y del disfrute de la misma en cada brizna de viento plagado de olores de la naturaleza de la existencia.
Pero si existe un concepto taoísta catapultado más allá de la misma frontera de la mentira, por las voces incorrectas de occidente, y las traducciones persiguiendo al dios católico generadas por los jesuitas que accedieron en primer lugar a los textos del Tao Te Ching (Dao De Jing), ese no es otro que el acotado y minimizado wu wei.
La filosofía taoísta no habla en ningún caso del wu wei como la “no acción” pasiva y generadora de frustración palpable, sino que la idea es comprendida, cuando hablamos del wei wu wei, traduciendo el mismo como “hacer no haciendo”, y desechamos la pasividad, para cambiarla por una acción voluntaria mucho más espontánea y natural, que conlleva por otro lado, una reflexión sincera de nuestros actos y el alejamiento total de cualquier interés egoísta en todo lo que decidamos y movimiento como tal. Porque no podría el taoísmo, ir en contra de la propia esencia del Tao, que como bien reflejó Laozi, está en expansión, curiosa coincidencia con los últimos descubrimientos científicos de los astrofísicos y los astrónomos.
No se trata únicamente de la aceptación radical, como un pensamiento catastrofista o de entrega al destino, sino que en el taoísmo pervive en su propio centro, la autenticidad más absoluta del hombre, si la entendemos en forma de espontaneidad, y como la esperanza del propio universo de posibilidades.
Es la evolución del término aceptación radical, al de una esperanza y confiabilidad determinada, por la voluntad del equilibrio del Tao Eterno.
Y es por eso, que el Yin y el Yang, tampoco son antagónicos, sino complementarios en un devenir constante de la fluidez del movimiento, que nos traslada a otra idea taoísta, que embriaga al hombre occidental. La percepción de una parte negativa y positiva, en cualquier realidad, y que adicionalmente, nos muestra que cuando una de esas dos vertientes de una misma verdad, alcanza su máxima expresión, el Tao, en su sabiduría tiende a reconducir esa situación y a armonizar su coexistencia, para recordarnos, que lo inconmensurable de cualquier posible caos, la eternidad del Tao, sabrá adaptarse, expandirse o evolucionar, para que un nuevo orden, se nos transfiera, en forma de cambio, existencia y nueva vida.
La última metáfora ampliamente aceptada en occidente, es la de la semejanza del taoísmo a la fluidez del agua, en los textos sagrados del taoísmo, esa figura se repite una y otra vez, haciéndonos ver la realidad de la impermanencia, o que la propia vida está condicionada por el cambio constante, y más allá de la evolución, simplemente la aceptación, que nos aleja de las falsas expectativas del control y las frustraciones que ello genera. La psicosis de la vida como un terreno de juego, en el que debamos ganar la partida al Tao Eterno y a la propia naturaleza del planeta, cuando ya tenemos la constancia científica, de que nuestro fracasado intento de sobreexplotación del entorno natural, ha construido el monstruo de la decadencia social y de valores.
Xuankong si 悬空寺, Templo colgante. Provincia de Shanxi
Ya en la evolución de la filosofía taoísta, bien podríamos poner el peso específico en el mayor filósofo chino de la historia que no es otro que el maestro Zhuang Zhou, que en su obra homónima Zhuangzi, abre el taoísmo filosófico, al mundo pragmático de las prácticas hacia la sabiduría del descubrimiento personal, del Tao Eterno, pero espacialmente, de la libertad del ser humano, en la toma de decisiones. Ya no se permite el lujo confucianista de depositar el poder en los gobernantes, basando el respeto en los tres pilares del maestro Kong (Confucio), a saber, el respeto a la familia, al gobernante y al Estado, sino que alza la voz de los oprimidos y les muestra el camino de cierto anarquismo, pero con más detalle, al alejamiento del taoísmo, de la corrupción de las grandes ciudades chinas, y la vida contemplativa, en el campo y el entorno rural, espacios facilitadores de un taoísmo más verdadero y afín a su propia esencia, en aras del desertar del hombre como divinidad y al mismo tiempo servidor de su entorno.La religión taoísta, si bien es absolutamente innegable, nunca podrá ser vivida ni admirada como un todo, puesto que sería un error de base, darle a la liturgia una importancia que no posee, por encima del propio Tao, en esa cuestión el orden de los factores si que altera ya no el producto, sino las creencias. El taoísmo es una forma filosófica de entender la vida y su relación con el universo cosmogónico chino y que, mediante la belleza de la liturgia taoísta, nos depara la sorpresa de la apertura de la mente y el cuerpo, al microcosmos de la medicina tradicional china, el taichi chuan, el feng shui, la alquimia interna o la exquisitez de la naturalidad en la respiración meditativa taoísta. Es por tanto esa religiosidad, una hermosa parte del viaje, de ese sendero por descubrir, como cuando alguien camina por el terreno virgen de un bosque, y entre la espesura de las preocupaciones de la maleza, vislumbra a lo lejos la claridad de unas velas y el aroma de un incienso tranquilizador y reconfortante.
En el viaje del Jen (Ser humano), a la esencia del Tao Eterno e interior, la religiosidad es una parte más del camino, pero que lejos de limitar las opciones de las que disponemos, nos recuerda que el taoísmo, huye desde su misma esencia, de la importancia exclusiva de los ritos y la liturgia, mucho más cercanas a la ideología confuciana.
El taoísmo, define como una derrota, el que el hombre deba recurrir a las leyes o los ritos, para sustituir la virtud universal. Fue Confucio, en su impotencia para convencer a los gobernantes de su época, el que desde la incapacidad de los poderosos para comprender su responsabilidad y lo necesario de su humildad, convirtió los ritos, en un camino de vital importancia, con la esperanza de crear un código respetable y respetado, algo que en ambos casos no logró.
Siglos después, en China se encumbró el fracaso del maestro Kong, con un interés claramente político, buscando que su propio pueblo, no se alzase contra unos gobernantes opresores, mediante ese respeto a familia, gobernante y Estado, desde el no cuestionamiento de esos poderes, establecidos como celestiales, de voluntad divina y por lo tanto eternos.
El propio Confucio, como bien sabemos y dejó documentado en sus Analectas, Lún Yǔ 论语, estaba totalmente convencido del derecho del pueblo, a alzarse contra gobernantes corruptos, esa parte reseñable del pensamiento del maestro, se pisoteó por parte de las autoridades, para evitar, el mayor lujo de la filosofía china, el del libre pensamiento y el libre actuar, puesto que si Laozi, ya nos dijo que el Tao era previo a los dioses, ¿qué puede decir el taoísmo sobre los gobernantes?.
La filosofía taoísta, es la prueba vivida más palpable de la esencia del ser humano, de su libertad, y de la integridad de la que somos capaces, si seguimos el sendero correcto, que pasa por el camino único de algunas verdades universales. De la comprensión de los misterios del Tao, que emanan de los tesoros taoístas, viajando por el descubrimiento interior hasta alcanzar el cosmos del Tao, que es la luz, que nos aproxima a quienes somos, en un mundo que como el sociólogo Zygmunt Bauman nos explicó se ha convertido en una modernidad líquida, salvo que se trata de una fluidez interesada y controlada por muchos, que lejos de acercarnos a nuestra esencia, nos generan una bifurcación claramente interesada en separarnos de la sabiduría de la vida, que por otra parte, es sencilla, desde la práctica de la filosofía taoísta.
El taoísmo filosófico huye de la esclavitud de las formas, los ritos y las liturgias, y nos acerca a la verdad natural, que no es otra, que la impermanencia más allá de la memoria del ejemplo, en ese viaje interior, del que se sabe perdido, pero que mantiene la esperanza en sí mismo. La irreductible condición humana, de construir puentes de entendimiento y hacer de la empatía, la madre de todas las cualidades del hombre. Porque el viaje por el sendero taoísta, está plagado de posibilidades, experiencias, ilusión y despertar.
Y son las prácticas taoístas, las que sintonizan al Jen (Ser humano) con la esencia del Tao.
Es el viaje de nuestra vida, la puerta a las maravillas del taoísmo filosófico, como una fuente de agua cristalina, que nos permite la fluidez necesaria, para reconstruir al hombre, del propio hombre, a salvarnos de las distracciones que nos alejan de nosotros mismos, y de la potencialidad, de la que el taoísmo filosófico nos descubre, como el viejo maestro, que ya ha cometido todos los errores, y gracias a ello, ha encontrado muchas de las respuestas, que nos resume en una verdad única, la eternidad del Tao y la inmortalidad de nuestros actos.
El taoísmo es una filosofía religiosa, una religión filosófica, pero es mucho más que eso, es el mensaje de la propia vida y de la naturaleza, que llama a nuestra puerta misteriosa del alma, para recordarnos, que todo lo que sucede y suceda, tiene una relación directa con todos nosotros. Que nunca hemos estado, ni estamos solos, porque el Universo, sí tiene un plan, y se llama Tao. E igual que no podemos huir de la realidad, tampoco podemos escapar del destino de responsabilidad, que poseemos sobre nuestros actos.
La filosofía taoísta, nos enseña desde hace más de dos milenios, la infinitud del camino, y nos permite, sin juzgarnos, que construyamos en cada decisión, un mundo nuevo y mejor. Esa es la magia de la puerta de las maravillas, esa es la magia intrínseca del taoísmo. Vivir sin juzgar, y el derecho a hacer lo más correcto para la armonía del cosmos, sin esperar nada a cambio.