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Amor a primera China
Greta Guastavino
Arte y Cultura // Nº 10, Diciembre, 2021
Me gusta creer en el destino, rendirme ante su imprevisibilidad y dejarme sorprender por la magia de esos instantes fugaces que de alguna forma nos cambian la vida.
Ese instante irrumpió de pronto durante mi viaje al Sudeste Asiático allá por abril de 2013, cuando durante un atardecer en Krabi miraba con detenimiento las geografías del planisferio que me acompañaba, las cuales me susurraron que la Gran Muralla China (esa misma que las maestras en la escuela primaria me contaban con fascinación que era la única construcción terrestre que se veía desde la Luna) estaba a tan solo unas pocas horas de avión de las playas tailandesas. Y yo, diseñadora gráfica, fotógrafa por imprudencia, viajera inquieta, humana curiosa y pasional, no tuve más remedio que seguir el instinto que me hizo comprar el pasaje y aterrizar pocos días después en China, ese pedazo del planeta completamente desconocido para mi hasta entonces, solo referenciado por Carlos, el chino del supermercado del frente de mi casa, o por el Mao de Andy Warhol (que estudiamos en la universidad con esa visión eurocentrista que tanto nos caracteriza en esta parte del mundo), o a lo sumo, por el famoso dicho “de aca a la China” que usamos cotidianamente en Argentina como una adjetivación de lo lejano y distante. Y allí sucedió la magia: el recibimiento fue en código mandarín, y no me refiero solamente al pǔ tōng huà, sino a todas las convenciones culturales que daban cuenta de que acababa de llegar a las antípodas. Ese desafío, que encarnaba de forma tan auténtica y prometedora la frase “salir de la zona de confort” me encandiló.
Xi’an y Beijing fueron las ciudades anfitrionas de mi viaje por ese entonces, y me mostraron el perfil más milenario del país… anzuelo perfecto para una aficionada a la historia con aires de aventurera marcopólica como yo. Aún cuento deslumbrada la cantidad de anécdotas producto de malentendidos idiomáticos o culturales y por torpeza de quien les habla, relato alucinada la enorme empatía de aquellos quienes me recibían en su país, e incrédula por la seguridad y libertad con la que me movía en cualquier parte, o por el cansancio extremo al experimentar las distancias con características chinas. El souvenir que me traje de ese viaje fue un inmenso deseo por conocer su cultura, ya que los 7 días que visite el país significaron apenas la puerta de entrada a ese nuevo mundo, y así fue que comencé a estudiar el idioma en 2014, y planificar el próximo viaje a China.
En 2015 volví a Beijing por pocos días, pero con la sustancial diferencia de que los caracteres que 2 años atrás eran solo dibujitos, ahora se transformaban en mensajes mínimamente descifrables, y la habilidad de poder decir “vengo de Argentina” o preguntar “cuánto cuesta?” en chino, me regalaba un intercambio espontáneo con la gente que definitivamente transformaron la experiencia. Una leyenda afirma que aquellos que estén unidos por un hilo rojo están destinados a encontrarse y vivir una historia importante; no importa cuánto tiempo pase o las circunstancias, el hilo rojo puede enredarse, estirarse, tensarse o desgastarse… pero nunca romperse. |
A esta altura, ya estaba convencida que mi hilo rojo me unía a China. En 2017 decidí renunciar a mi trabajo y estabilidad para volver al país del medio por 5 meses, con el objetivo de practicar el idioma, viajar por distintas ciudades, conocer su gastronomía, sus etnias, su historia, etc.
Las anécdotas dirán que los primeros días de esa travesía en Beijing los pasé tratando de adaptarme, viendo cómo hacer de las antípodas mi hogar transitorio, mientras quedaba irremediablemente presa del instinto comparativo de las cotidianeidades pekinesas respecto de las porteñas, así como de las interpretaciones mundanas como recurso indigente en el intento por entender el paisaje y contexto que me rodeaba. Ya en el papel de residente y no de viajera, los desafíos se multiplicaban: desde ir al supermercado y tratar de entender qué comprar, hasta abrir una cuenta en el banco o construir un entorno social donde sentirme acompañada y menos sola en una ciudad que constantemente hace alarde de su inmensidad. Más de una vez llegué a replantearme mi cordura al momento de decidir mudarme a China, pero al final de cada día me invadía un sentimiento muy parecido al orgullo propio por ir ganando esas pequeñas batallas y animarme a vivir mi sueño.
Los 5 meses se hicieron recuerdo casi sin darme cuenta, mi calendario dejo de ser solar y mucho menos lunar… medía el paso del tiempo en función de las anécdotas, experiencias y personas/amigos que iba conociendo. Me di el lujo de olvidarme del reloj, de vagabundear por varios lugares, de comprar un medicamento en idioma chino en la ciudad de Shanhaiguan, de ser invitada a almorzar por personas que recién conocía en Guilin, de aprender algunas palabras del cantonés en Guangzhou, de entender la lógica de las multitudes al hacer fila de varias horas para visitar al Gran Buda de Leshan, de descubrir que la definición de “terror” se asemeja bastante al caracter 辣 en Sichuan. En diciembre de ese año regrese físicamente a Buenos Aires, con el detalle de olvidarme el corazón en China, asi que decidida a irlo a buscar es que aplique a una beca del Gobierno Chino para estudiar idioma en la Universidad de Idioma y Cultura de Beijing, y en septiembre de 2018 estaba nuevamente en allí preparada para la nueva experiencia. Si unos años antes alguien me preguntaba a qué ciudad del mundo iba a viajar 4 veces, no hubiese apostado jamás por la capital de China. Pero aca estoy, reconociendo estoica y felizmente la derrota frente a mis propios pronósticos, y frente al destino, que hizo de mis preferencias lo que quiso. Esta vuelta tuvo la deferencia de plantearme otros desafíos: la vida en un campus universitario y la cursada intensiva del idioma me presentaron un nuevo aspecto del país, a la vez que me permitieron crear nuevos vínculos a la vez que fortalecer otros. La intensidad con la que se planteaba cada día fue un reto irrenunciable, creo incluso que hasta inventé emociones porque con las que tenía para elegir, no me alcanzaba. Y volví a viajar por distintas regiones, a conectarme, devota por aprehender. Y en plan dejavú me rendí ante China y su infinita sabiduría una vez más. Al término de la beca regrese a Buenos Aires, convencida que mi nuevo norte es China, y con el objetivo de trabajar conectada con eso. De esta forma comencé a capacitarme en estudios chinos, e involucrarme en actividades relacionadas con su cultura. Actualmente trabajo y me dedico a varios proyectos con China, a veces relacionados con mi profesión y a veces aprendiendo nuevas áreas, convencida fervientemente de la magia de ese instante fugaz que cambio mi vida para siempre. |